Nací en el 1929, así mis primeras memorias de la infancia son de los años treinta. Empiezo con lo que es importante para todos los niños:
Lo que comíamos
Se desayunaba sopas de ajo o de tomate con pan y torrezno: En mi casa tomábamos leche porque teníamos vacas y sobraba una vez vendida la leche.
A mediodía, se comía garbanzos. Si estabas en el campo, se comía algo de embutido, dejando los garbanzos para cenar en casa. En verano en el campo se comía gazpacho, llevando el guiso en un cuerno para diluirlo en agua y echar ”sopos” (trozos) de pan.
Se cenaba pan, embutido o huevo, si había.
En mi casa comprábamos el pan en la panadería. Los que tenían cereal, traían la harina molida de la fábrica de Oropesa y la dejaban en la panadería donde se la cambiaban por pan. Los panes eran del mismo tamaño por comodidad a la hora de fabricarlos y así establecer la equivalencia harina-pan con facilidad. Cuando les entregaban su cupo de pan, intercambiaban los panes recibidos con las otras familias que lo llevaban y recibían otros días para poder consumirlo fresco. Intercambiaban porque no recogían el pan poco a poco, sino de vez en cuando (si lo recoges sólo de vez en cuando, se pone duro). En las grandes panaderías (la de la Corredera, la de los Canos y otras, había un palo de madera, y cada vez que recogían pan, lo apuntaron en el palo. En las pequeñas al principio era el sistema sin palo; pero luego se estableció el sistema del palo con la raya.
En cuanto a las verduras, se comían patatas y coles hervidas; y los nabos se usaban para hacer morcillas, sustituyendo a las calabazas que eran más caras de producir y tenían más desperdicios. En verano se comía tomate, pepino, pimiento y cebolla en el gazpacho y algo de lechuga.
El único pescado que se comía era bacalao salado y sardinas de cuba, que se envolvían en un papel y se aplastaba en el quicio de una puerta para quitar las escamas. A veces vendían pescado fresco de río, pero causaba numerosas intoxicaciones. Así que en mi casa no lo compraban.
La dieta no era muy variada, así había casos de malnutrición. Mi madre, antes de los 12 años perdió a dos hermanos pequeños, Nemesio y Concepción y a los 12 años perdió a su madre. No he logrado saber la causa pero creo que la malnutrición propició la debilidad frente a enfermedades. Mi madre se quedó muy sensibilizada por los efectos del hambre. Y al ver lo delgados que venían los escasos estudiantes de los Colegios Mayores de Madrid, impidió que yo me fuera a estudiar. Tampoco me permitió ir al Seminario de Ávila, que es la Diócesis a la que pertenecía Lagartera por entonces, pues era mucho más estricto que el de Toledo; y el primer año todos los seminaristas que habían ido, volvieron a casa muertos de hambre, salvo Nemesio, que fue el único que consiguió sacar el Bachiller. Habían ido a estudiar al Seminario porque era gratuito y se supone que les daban algo de comer.
Cómo se cocinaba y se calentaba la casa
Se cocinaba con lumbre de leña en las casas. La gente muy pobre cocinaba con paja. En las fincas de labranza se cocinaba con paja, con el cuidado de no poner las tapaderas más grandes que los pucheros para que el guiso no se ahumase. Los agricultores se llevaban a la labranza el puchero con los garbanzos y el tocino y lo ponían a hervir con paja toda la mañana. Salís muy bueno, dice. En los 30 nadie tenía butano.
Para calentar la casa, teníamos la lumbre en las cocinas y las ascuas que ponían en un brasero. La gente que podía (mis padres) compraba picón de encina o de olivo. El de encina tenía mayor poder calorífico y duraba más; el de olivo se consumía antes. En las casas de los ricos podían calentar las camas con calentadores de cobre con picón. He oído decir que a veces calentaban un ladrillo a la lumbre y lo envolvían en una tela para calentar la cama. No había gloria como en las casas de La Mancha. La gloria es un sistema de calefacción que va por pequeños túneles debajo del suelo de la casa; es heredado de los romanos.
Los zapatos y la ropa
Grupos escolares de niñas y de niños c 1916. Entonces casi todos los niños iban descalzos. En la foto del colegio de 1933, más abajo, iban los niños con calzado, por lo menos para la foto. Fotos: Legados de la Tierra
Los primeros zapatos me los compraron para la Primera Comunión. Los llevaba a misa y a actos especiales, pero sobre todo a misa. Algunos niños iban descalzos; yo llevaba alpargatas de tela con suela de goma o de esparto, que se deshacía con facilidad; otros niños llevaban abarcas de goma. No llevaba zapatos al cole, sólo alpargatas, aunque sí a la iglesia. Eran negros con cordones, y muy incómodos. Las alpargatas valían para la iglesia, de hecho mucha gente iba a misa desde el trabajo en casa de los señores y llevaban las zapatillas; los niños también las llevaban.
Algunos niños (los que menos) iban descalzos incluso en invierno. La mayoría, si no tenía dinero para calcetines, se envolvían un trapo a cada pie y luego se ponían las alpargatas o las abarcas. Sobre todo iban descalzos los muy pequeños, que iban al parvulario de la “Tía Torrezna”; también algunos de los que iban a las escuelas de la plaza (Escuelas Públicas de Niñas y Niños), pero eran menos.
Los niños no solían llevar calzoncillos. A algunos les hacían una raja en el pantalón para cagar directamente al agacharse; se limpiaban con una piedra.
Cómo se lavaba la ropa
La gente se solía cambiar la ropa una vez a la semana. Las ropa se lavaba en los huertos que podían compartir varias familias. Se lavaba con jabón casero. No se solía lavar en casa porque el agua de los pozos era para cocinar, beber y lavarse y no podía faltar agua para estos menesteres; los pozos no daban más de sí.
Higiene personal
Nos lavábamos las manos antes de comer. ‘Lávate las manos, que a saber “ánde habrás estao” (jugando con los niños en la calle), me decía mi madre. Todo el que podía hacía jabón con los restos de aceite o grasa de cocinar que guardaban para ello. Había gente que hacía especialmente bien el jabón y lo vendía.
Nos bañábamos en un barreño frente a la chimenea en invierno; el resto del año en el patio. Muy pocas casas tenían cuarto de baño en los 30, probablemente menos de cinco. Las casas no tenían wáter porque no había alcantarillado. Una lo tenía: la Fonda de Tío León, en la esquina frente a la casa de tio Germán, que tenía un WC que vertía a un pozo (especie de fosa séptica) en la calle y que era vaciado con frecuencia y los restos eran llevados a la Huerta de tio Vicente.
En general la gente iba a cagar al campo y algunos a los establos; en este caso los excrementos se sacaban con los de los animales. Ninguna casa tenía agua corriente ni alcantarillado. Las obras del alcantarillado comenzaron al terminar la guerra, sobre 1940; y el alcantarillado vertía en dos puntos del pueblo: en la Montinegra y en el transformador de electricidad que hay en Santa Ana (Santana), antes de llegar a la ferretería de Rubén.
En mi casa, en el corral donde estaba la cuadra, que estaba detrás del patio, hicieron un cuadrado de 2×2 metros con una solera de hormigón para depositar los excrementos de las vacas antes de sacarlos a la Montinegra. Así evitaban el filtrado de líquidos al pozo.
El colegio y el trabajo
Antes de cumplir los seis años los niños y las niñas iban a la escuela con “Tia Torrezna” (un parvulario). Les enseñaban a rezar y a comportarse (a estar en silencio y a estar quietos cuando se les pedía).´
Con seis años, cuando empezó la guerra, en verano, por las mañanas yo llevaba las vacas a pastar desde la casa de mis padres hasta el prado de la morera (junto a la nave de Alucri); y cuando tenían sed (sobre las 11 de la mañana), se ponían a la portera y mi padre las llevaba a casa donde les daba de beber.
Grupo Escolar, 1933. Muchos niños tenían que trabajar para ayudar a la familia, y no podían estudiar. Foto: Legados de la Tierra.
Al cumplir los siete años (noviembre de 1936), fui a la escuela de la plaza (Escuela Pública de Niños) con Don Luis López Zoilo, que empezó a enseñarnos las letras para poder aprender a leer. Las niñas acudían a la Escuela Pública de Niñas. La escuela no se interrumpió durante la guerra. No era obligatorio asistir a clase. A Don Luis López Zoilo se le murió un niño de seis años que se llamaba Luis; fue llevado por cuatro alumnos desde su casa hasta la iglesia. Yo entonces tenía siete años.
En los primeros años de la guerra los niños aprendían instrucción en el campo; desfilábamos con fusiles de madera. Después hacíamos combates con terrones y aceitunas verdes; incluso jugábamos con las partes de municiones encontradas entre los restos abandonados de los militares de los ejércitos.
A los niños, si les salía un trabajo como guardar ganado, se iban a trabajar dejando la escuela. El sueldo que les pagaban era la comida y poco más. Fue general: el que tenía una yunta de ganado de tiro (mulas, caballos o burros), se iba a trabajar con ella. A mí me quitaron de ir a la escuela a los once años porque era necesario trabajar: tenía que estar con las vacas de mi padre. Fui a clases particulares por la noche hasta los catorce años. Primero iba con Don Luis López Zoilo, luego con su mujer y después con Don Victoriano Rincón Ramos, que era de Herreruela y me enseñó radiotelegrafía (código morse) y mecanografía.
Algunos de los mayores de catorce años compaginaban el trabajo con la Escuela de Adultos por la noche. Nunca en verano.
Las labores consistían el abarandar la paja (cribarla) para alimento o para cama de ganado. Les poníamos de comer paja en el pesebre y al cuarto de hora, cuando se la habían comido, les echábamos el grano molido. La molienda del grano la hacíamos entre dos niños de entre siete y nueve años con una cuerda para aprovechar la fuerza del tiro del molino. También mezclábamos los huesos de las aceitunas procedentes de la almazara y secados en la troje con harina de cebada o con cimites (el salvado del trigo), para dárselos a los cerdos.
Los agricultores que tenían tierra (huerta con casa) se iban a vivir al campo de mayo a octubre para guardar la huerta. Los adultos plantaban la verdura y los niños la goteaban a continuación. Había que manejar el agua con mucho cuidado para no malgastarla. Solían tener media docena de gallinas y dos cerdos que engordaban para la matanza.
Cuando los hijos se fueron a la mili, dejaron de trabajar ayudando en casa, para empezar trabajar y llevar dinero a casa. Al terminar la mili, unos se buscaron trabajo quedándose en los lugares donde la hicieron, o en otros lugares donde les dijeron que había trabajo. Y otros se buscaron trabajo remunerado en el pueblo.
Las niñas aprendían a coser y a bordar en casa. En general iban a la escuela por la mañana y cosían por la tarde en casa. Ayudaban en el campo en labores agrícolas cualificadas como gotear la verdura recién plantada o trillar. Algunas niñas no iban a la escuela porque tenían que cuidar a sus hermanos pequeños.
Antes de la guerra los niños iban al colegio como podían. Durante el conflicto, había muchos padres ausentes, o discapacitados. Al terminar el conflicto, todos los niños que quedaron huérfanos de padre (que fueron muchos) se tuvieron que poner a trabajar y dejaron de asistir a clase; alguno asistía, pero muy pocos.
Una vez terminada la guerra, en las casas donde había fallecido el padre, el trabajo del campo lo hacían los hijos. Si no había niños, las labores más duras se las pagaban a otros hombres, haciendo las mujeres y las niñas las labores complementarias a ratos; el resto del día trabajaban cosiendo o bordando, pues ganaban dinero y, sobre todo, estaban acompañadas en las casas del pueblo, evitando peligros. Se puede decir que las viudas y sus hijas con su trabajo, ayudaron a pagar las labores del campo cuyos difuntos maridos no pudieron hacer. Los años 40 y 41 fueron los más duros porque había poca gente para cultivar el campo y producir alimentos. Además, se había perdido ganado y semillas.
Comunión, 1939. Foto: Legados de la Tierra
Desde que se acabó la guerra, se penó trabajar los domingos. No se podía trabajar porque era día de descanso según el calendario de la Iglesia.
Hay que recordar también que de 1939 a 1945, la segunda guerra mundial perturbó el comercio internacional y dificultó a los españoles la búsqueda de trabajo en el extranjero. Ya en los años veinte, los lagarteranos habían ido a trabajar en la vendimia francesa, pero de 1936 a 1945, esta migración tradicional se vio interrumpida.
Eugenia Arroyo en Sevilla, 1933. Foto: Legados de la Tierra.
El verano de 1938 mis padres fueron a vender bordados a Burgos; yo los acompañaba. Una clienta que era de Vergara quería un mantel a medida. Le dijo a mi madre que lo ideal sería tomar las medidas de la mesa. Así que llamó a Vergara para que nos abrieran la casa al día siguiente. Recuerdo que era un sitio muy verde. Al volver a Burgos esta señora nos dijo que en Deva se podían vender manteles porque había muchos veraneantes y turistas que iban a la playa. Y el verano de 1939 mis padres fueron por primera vez a Deba a vender bordados. Yo me quedé en Lagartera cuidando el ganado. A partir de entonces fueron todos los veranos, pues se vendían bien.
Yo me incorporé más tarde y continué viajando hasta después de cumplir 70 años, allá por 1999. Luego estando jubilado, seguí yendo una o dos semanas de vacaciones, pues hicimos buenas amistades.
Hubo más familias que hicieron lo mismo a otros lugares de la costa y, en general, nos fue bien, pues traíamos dinero para invertir en casa y en los negocios de bordados o de ganado. Había que salir del pueblo a buscar el dinero.
Federico Garcia Ropero, Lagartera, Toledo, noviembre 2023
El autor en su huerto
Gracias a Guadalupe Suela por las fotos de Legados de la Tierra (2004), y a José Garcia Moreno, por su ayuda con la redacción y traducción de este artículo.