Dicen los entendidos que la oveja Talaverana nació de la confluencia de las dos grandes razas, Manchega y Merina, que nos limitan por oriente y occidente y que los híbridos resultantes fueron sometidos, a lo largo de varias centurias, a un proceso selectivo en el que intervinieron factores como el clima, el terreno o el sistema de explotación, obteniéndose, por fin, unos animales física y genéticamente homogéneos.
En la comarca del Arañuelo toledano, una de las zonas originarias de esta oveja, las explotaciones del pasado, lo mismo que las del presente y debido a la pobreza del suelo, eran mixtas, combinándose las prácticas agrícolas y ganaderas para hacerlas rentables. Las deficiencias nutricionales de los pastos desembocan, paradójicamente, en una ventaja para los animales que se alimentan directamente de este terreno; resultan ser de extrema rusticidad, la principal cualidad requerida en los rebaños de tipo extensivo.
El refrán tradicional ¨ Prefiero quedarme sin orejas antes que sin ovejas¨, refleja la importancia de los ovinos de este territorio en tiempos antiguos. En aquellas épocas, nuestras ovejas fueron abastecedoras de carne, entre otras finalidades, para la ¨olla¨, ahora rebautizada como ¨cocido¨, aquel plato cotidiano y fundamental en la alimentación de nuestros abuelos. Igualmente, aunque en fechas y producciones limitadas, fueron sometidas al ordeño, obteniéndose un tipo de queso característico y diferenciado de los de otras latitudes. También resultaron imprescindibles para abonar ´saníos´ y barbechos, mediante la práctica del redileo, en tiempos en los que no existían los fertilizantes químicos. Finalmente, la oveja Talaverana, fue una productora de lana de calidad, motivo por el que, en los años 50 del siglo XX, despertó la atención de los tratadistas, que la conocieron a través del famoso mercado de Talavera, ciudad de la que recibió el nombre.
A partir de ese momento comienza un periodo de gloria para nuestras ovejas; los precios de la lana resultaban más que atractivos; se demandaban ejemplares para otras regiones y el censo de la raza se acercó al millón de individuos. Participó en concursos morfológicos y laneros, obteniendo galardones en la renombrada Feria del Campo, el máximo evento ganadero de entonces. Pero esta situación duró solo unos años, ya que la aparición en el mercado de las fibras sintéticas hizo derrumbarse el comercio de las fibras textiles de origen animal y, en consecuencia, los productores tuvieron que replantear los objetivos para que sus explotaciones pudieran sobrevivir. Unos ganaderos optaron por la producción de carne, de modo que se introdujeron razas precoces que garantizaban mayores rendimientos, aunque también necesitaban una mejor alimentación y un manejo más esmerado. Otras ganaderías se dedicaron a la obtención de leche, recurriendo a adquirir animales especializados y, en mayor o en menor medida, a la estabulación de los rebaños.
Ante estas circunstancias, la oveja Talaverana se vio fuera de lugar, sin encontrar un espacio comercial para mantenerse en pureza, por lo que se precipitó en caída vertiginosa hasta estrellarse contra el fantasma de la extinción.
El presente empieza en el año 1992, cuando un grupo de criadores, dolidos por la situación de la raza, conscientes de su valor histórico y cultural, conocedores de las recomendaciones de la FAO y, animados por las ayudas de la Administración, crean la Asociación de Criadores de la Raza Ovina Talaverana (AGRATA), cuando el censo ya reflejaba números alarmantes.
Mirando hacia el futuro, y analizando las tendencias que se vislumbran, se puede decir que la oveja Talaverana tiene oportunidades, no solo de pervivencia, sino de también de expansión.
He aquí algunos signos de esperanza:
Creciente necesidad de salvaguardar de incendios los bosques, terrenos no cultivables y espacios naturales, para lo cual, el papel de los ovinos dotados de extrema rusticidad es primordial y los convierte en insuperables competidores para esta misión.
Capacidad de estos animales, en virtud de la citada adaptación a situaciones desfavorables, de ¨producir barato¨, sin recurrir apenas a aportaciones alimenticias suplementarias y, en consecuencia, mantenerse casi al margen de los costes que acarrean, como pudieran ser los encarecidos precios de los cereales a nivel mundial.
Demanda de productos naturales asociados al concepto de calidad, para los que las razas autóctonas son las más capacitadas y compensan las posibles deficiencias en cantidad con la excelencia.
Conciencia de las distintas administraciones que conservar el patrimonio genético, además de ser un bien cultural, es un acto de previsión, por si en algún momento fuera necesario incorporar las virtudes ancestrales a la ganadería del futuro.
J. M. Alía, Lagartera, noviembre 2021
Las fotos son de Pili y Julián