Muchas veces no nos fijamos en las imprescindibles, indispensables y humildes puertas. Lo de humildes, lo digo simplemente, por aquello de que su única función, es la de separar o unir una estancia con otra, al cerrarse o abrirse esta, pero no siempre son humildes, por poner un ejemplo, ¿habéis visto las bellísimas puertas de taracea que hay en El Escorial?, sencillamente maravillosas, pero claro, este tipo de puertas, suelen estar en el interior, en el exterior, con lo poco cuidadosos que son algunos “seres humanos”, no habrían llegado a nuestros días y hubiera sido una pena, no poder contemplar y disfrutar semejante trabajo.

En exteriores, podemos ver puertas barrocas o estilo rococó en edificios muy concretos y protegidos, como palacios, monasterios, iglesias…estilos ambos, demasiado recargadas para mi gusto, pero derrochan imaginación, trabajo exquisito, sumamente cuidado y siempre, todas ellas, de maderas nobles.

Y están las nuestras, las puertas tradicionales que hay en nuestro pueblo, Lagartera. Aún quedan bastantes y esperemos que, por muchos años. Son más bien austeras, tienen pocos adornos, pero son grandes, de dos hojas, altas, anchas, resistentes, también de madera, con cerradura de grandes llaves (algunas, ya muy deterioradas, han dado paso al hierro). Ahora se pintan, unas más acertadamente que otras, o se tratan con productos específicos para nutrirlas, protegerlas y alargar su vida.

Antes, estaban sin pintar, se lavaban y la madera lucía pura y limpia, algunas conservan grandes y llamativos clavos. Eran la entrada y salida a corrales, más o menos grandes, donde podía haber cuadras, pajares donde recoger alimento para los animales, espacios donde guardar los aperos de labranza y almacenamiento, para conservar lo recolectado en verano.

Sus dimensiones debían ser lo suficientemente amplias como para que pudieran entrar y salir el ganado, animales de carga o carros, estas tenían dos carriles marcados en el umbral de la puerta, casi siempre en piedra (granito, muy abundante en la zona). En algunas de ellas, recortadas en los mismos tablones, con bisagras propias, cerradura y picaporte independiente, había otra puerta más pequeña, para las personas, más cómoda de utilizar, más manejable y casi todas, hasta hoy, siguen conservando su encanto.

Estaban las medianas, que daban a la “casapuerta”, lugar de reunión donde se juntaban las vecinas a coser en verano y donde jugar los críos, en días de lluvia o exceso de calor. Me encantaba ese espacio, cubierto por arriba y abierto al corral, que le seguía ininterrumpidamente.

Y, por último, las pequeñas, de hoja entera o dividida en dos partes, la de abajo, con un buen cerrojo y el portón superior, con la “llavera” y el tirador o picaporte, muchas solían dar al “portal”, (sala de estar, o recibidor), Con el buen tiempo, dicho portón, solía estar abierto, aprovechando la luz y el airecito que entraba para refrescar la estancia, no solían tener cristales, pero era un buen sitio para coser, estudiar, escuchar las radionovelas… 

Aquí podéis contemplar, en las fotos de Gonzalo Díez, y dos mías al final, un ejemplo vivo de nuestras pequeñas-grandes joyas, seguro que las reconoceréis.

En las ciudades hay otras puertas, las más abundantes, todas iguales, en la mayoría de los casos, blindadas o acorazadas, las de los edificios-colmena de las ciudades, lisas, o con una pequeña moldura, nada del otro mundo, que solo sirve para recoger polvo, sin personalidad, lo único que las puede hacer más o menos agradables, la madera de la que están hechas, suelen ser feas, aunque en edificios como el mío, cada dueño puede elegir la suya, Dicen, que queda más elegante que sean todas iguales, quizás, pero si el gusto es simplón, eso, no soluciona nada, más bien, incomoda bastante al resto de la colmena que se ve obligada a aceptar algo, casi eterno, que no es de su agrado, pero que, a fin de cuentas, cumple con su función, separarnos del exterior y hacernos sentir seguros.

Muchas veces he oído decir, que una puerta dice mucho de la gente que vive tras ella.

Esto no siempre es cierto, pero si tienes tiempo y miras detenidamente, algo de razón lleva el dicho.

En las grandes ciudades, cada vez cuesta más encontrar puertas pintorescas, pero en los pueblos, ¡ay, los pueblos!, eso es otra cosa, que maravillas podemos llegar a contemplar, las podemos encontrar de todo tipo y condición y cuanto más pequeños son los pueblos, con más interés conservan esos hermosos objetos que hacen de nuestra casa, un lugar un poquito más seguro.

Me gusta la fotografía de puertas antiguas, no me importa su estado, bien conservadas, viejas, desvencijadas, abandonadas…, todas ellas tienen una historia tras de sí y muchas de ellas, las he llevado al lienzo, por la plástica visual que regalan y la cantidad de sensaciones que me transmiten. A veces cuando voy caminando y veo alguna que llama mi atención, si tengo tiempo, me paro, la miro, hago la foto, observo con detenimiento, entorno los ojos, de la cara y del corazón y me dejo llevar. Imagino toda la historia que contuvo esa casa y que, como un tesoro atrapado y retenido en el tiempo, entre esas cuatro paredes, una sencilla y solitaria puerta, guarda.

Veo la casa llena de vida, como esa puerta se abre y cierra, una y otra vez a lo largo del día. Como salen niños, llenos de energía y alegría para ir al cole, a jugar, como las hemos utilizado escondiéndonos tras ellas, para jugar al escondite, porque entonces las puertas de los corrales, (hoy patios), siempre estaban abiertos. Adultos, con sus prisas y responsabilidades, llevando a cabo sus quehaceres, traspasándola a diario, ignorándola, pero sabiendo, que, como amigo fiel, siempre está ahí.

Cómo sería y estaría en días de celebración, cuando en tiempos ya muy lejanos y casi olvidados, las mujeres de la casa, la lavaban hasta dejarla perfecta, lustrando esos grandes clavos, que muchas de ellas tenían, hasta hacerlos resplandecer. Cómo se preparaban y engalanaban para esos días grandes, como El Corpus en Lagartera, de festejos patronales o celebraciones familiares, bautizos, bodas… donde la puerta de esas casas, fue parte importante y casi un miembro más de la familia en las fotos de grupo que se hacían ante la vivienda y se guardaban con mimo y cariño, para poder mirar y recordar más tarde y siempre, ese evento único, inolvidable e irrepetible.

Y ver o imaginar cómo se cierra cada noche, guardando tras ella, alegrías, penas, anhelos, decepciones, secretos…, apartando y protegiendo de ojos y oídos ajenos, lo íntimo y privado, dejando solo para la familia, lo que solo a ella importa.

Como os decía, las hay de materiales nobles, con poderío, potentes, que transmiten seguridad, luego están las sencillas, de maderas sin “pedigrí”, pero no por eso, menos trabajadas y cuidadas, que estuvieron a la altura y cumplieron a la perfección con su función de proteger y guardar. Algunas de ellas, ahora, protegidas por un cristal, lucen como mesa de salón o comedor en algunos hogares, pueden sorprender, pero quedan bien, y bueno, siempre es mejor eso, que el abandono. Por último, las viejas, destartaladas y rotas, aquellas que tuvieron su momento de esplendor y vivieron lo suficiente para llegar hasta hoy. En su día, también fueron hermosas, fuertes, estuvieron cuidadas y cumplieron su cometido con dignidad, esa dignidad que hoy muchas de ellas ya no tienen, porque el paso del tiempo la dejó atrás.

Paloma Arroyo, Lagartera, Toledo, 4 de abril 2022

Las primeras 14 fotos son de Gonzalo Diéz. Las últimas dos, y el texto son de Paloma Arroyo.

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